domingo, 7 de marzo de 2010

Un aire de esperanza...




Fuerte como el viento y dura con el tiempo, así resumo a Mitzy, la protagonista de mi historia, de mi crónica.

Un frió lunes 11 de mayo, 2:03 p.m. cuando llegué al Departamento de Pediatría, área Oncológica, vestía una bata celeste, una mascarilla que quizás en el afán de protegerme, me impedía la respiración, el cabello sujeto, como lo solía tener en mi época colegial, un lapicero en mano y dos hoja de papel arrancado de mi cuaderno, me acompañaban en lo que pensé seria una simple visita más al hospital, me equivoqué.

Un olor nauseabundo me sorprende cuando libero mi nariz de la molesta mascarilla, recién ahí entendí porque debo tenerla puesta.

Observando, sin saber que escribir o sobre quién escribir malgastaba los minutos en aquel tercer piso del block “G”, hasta que una sorpresiva vocecita me formula una pregunta, que hace años no escuchaba “Quien eres tú?”, aquella vocecita es de Mitzy, respondí apresurada y sorprendida a su pregunta, “Soy Adriana, y tú?”, ahí empieza mi verdadera historia.

Mitzy, es una pequeña de 6 años de edad, delgada, sin cabellos producto de la Quimioterapia, con una vía en su manito izquierda, que al parecer no le incomoda para nada o ya ha aprendido a convivir con ella, tiene una mirada tierna, sonrisa a flor de piel, que contagia a todo aquel que la mira, está sentada en su cama número 307.
Mitzy llegó hace 4 años a Lima con su mamá, Rosa del Águila, producto de su enfermedad, detectada a corta edad.

Al principio Mitzy se mostraba un poco reacia a mi presencia, sentía que invadía su lugar, su hogar. Pasaron algunos minutos para que pudiera hablarme amicalmente y no bastaron muchos otros para que pudiera darme cuenta que Mitzy es una parlanchina, que le encanta hacer amigas.

Pasamos las preguntas usuales que todo niño hace cuando conoce a alguien y a las que yo respondía gustosamente. Faltaba algo, lo importante diría yo, pero quizás no me animaba a preguntarle por su enfermedad por inexperiencia o simplemente porque me conmovía ver tanta inocencia enferma.

Una llamada corta la ilación de nuestra conversación , era su papá, llamándola desde Iquitos. No tomé mucha atención a la llamada, hasta que una frase me emocionó: “Papi, solo tengo que comer un poco más y tomar mucha agua y ya me sané…” Luego de oír esa poderosa y esperanzadora frase, supe que no sería una visita más al hospital.

Al termino de la llamada continué hablando con Mitzy, me contaba que el 30 bailará música árabe, la cual le fascina, con sus amigos del 311, 308 y 309, así me los presenta, así ella también los llama, son sus números de cama, acto que presentarán por el aniversario del piso.

Al ver que yo escribía casi todo lo que ella me contaba, me pregunta porque escribo tanto y que es lo que estoy escribiendo, que es lo que estudio. Dudosa por la respuesta que le di, me reta a que le escriba una frase, accedo. Le digo que ella me dicte lo que quiere que le escriba, “Un pez que come una galleta”. Queda conforme por lo escrito. Respondo a su siguiente pregunta, “Que estudias?”, Ciencias de la Comunicación - respondo, a lo que ella interrumpe, “Eres como los que salen en la tele?, porque yo también quiero ser así, también quiero salir en la tele cuando crezca”, le sonrió y le digo, “Algún día entones nos veremos y quizás trabajemos juntas”, ella me increpa, “No se, quizás si, quizás no, tú sabes”. Quedo helada con la respuesta.

Me pide una hoja para poder hacer algunos dibujos, en realidad quiere mostrarme como es su casa en Iquitos, hace dos triángulos a los lados, un rectángulo que los une, dos ventanas y una puerta, al lado dibuja a su familia, ella, su mamá, su papá, su hermano y a Luz, a quien ella llama hermana, pero no lo es, Luz es quién reemplaza a su mamá cuando tiene que ir al trabajo.
Mitzy prueba mi intelecto, me hace una suma, la cual respondo muy bien y mi nota, según coloca Mitzy, es 20. Dejamos los dibujos y las sumas de lado, para empezar un juego de cartas, al que Mitzy llama “Quien tiene más cartas, gana”. Mitzy gana la partida. Su sonrisa vuelve a cautivarme y logra que yo también sonría con ella.

Una rara petición de mi pequeña amiga me llama la atención, “Puedes cargarme para poder bajar y caminar un poco?” dudando un poco, accedo una vez más a lo que Mitzy quiere hacer. Caminamos por el pasadizo un rato, ella hacia las veces de guía y las enfermeras nos miraban con una extrañeza que yo la notaba.

Ya de regreso al 307, Mitzy me propone ver algunos videos, había pasado alrededor de dos horas desde que yo estaba ahí, tenía hambre, no había almorzado y pensé muchas veces antes de dar mi respuesta. “Tengo que almorzar”. Vi en la mirada de Mitzy tristeza y desilusión, no pude controlar mi sentimiento de culpabilidad, una vez más accedí al pedido de Mitzy.

Nos quedamos viendo un video de música árabe, Mitzy cantaba una pegajosa canción “Hayu, hayu, napa, napa, puchi, puchi, ra” ella cantaba y jugaba entretenida con mi celular, yo pensaba, mientras la miraba, como una pequeña sonrisa puede cambiar la idea con la que llegas a un lugar.

Habrá pasado media hora o quizás un poco más desde que empezamos a ver el video o mejor dicho a oír las canciones que salían del DVD y mientras más se acercaba el momento de la despedida yo pensaba como decirle que debía irme. Hasta que me animé a decírselo, esta vez Mitzy no puso reparos en que me vaya, pero si me pidió, casi rogándome, que regresara, que almorzara rápido y vuelva con ella para seguir viendo videos. Yo sabia que no regresaría, no porque no quisiera, sino que es un área restringida, la cual no permite el ingreso a cualquier persona. Aún así le mentí a Mitzy, con un pesar muy sentido, le dije que volvería. La despedida fue muy rápida, más bien fue un hasta luego.

Mientras me retiraba la odiosa mascarilla y el mandil celeste, no dejaba de pensar en Mitzy y la idea de volver uno de estos días rondaba mi cabeza.
Al irme alejando del cuarto, aquel que a primera vista me causó nauseas por su olor, sentía que debería volver, regresar para conversar, jugar cartas con Mitzy, escucharla cantar tan feliz las canciones árabes, volver para caminar un rato más por los pasadizos, ella siendo mi guía, volver para aprender de ella, para sentir esa valentía que transmite, la alegría que desborda cuando regala sonrisas y sobretodo la esperanza con la que mira cada situación, cuando te habla de un futuro, aquel que le puede ser esquivo de acá a unos años.

Hay algo muy cierto en esta historia, mi idea fría y absorta con la que fui aquella tarde del 11 de mayo al hospital quedó atrás luego de la pregunta que abrió camino a mi larga y entretenida charla con Mitzy. Luego de pasar algunas horas con ella mi mentalidad cambió. Me siento alegre por conocerla y triste por dejarla, pero tengo el propósito de regresar para pasar otra tarde entretenida con ella, pero esta vez no será por un trabajo, sino será por algo parecido a amistad.

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