domingo, 28 de marzo de 2010

De sábado a sábado...



Siete días, fueron siete días los que estuve enferma. No terminaba de recuperarme de algún malestar por el resfrío que tenía desde el sábado 20, cuando ayer, sábado 27 del presente mes, terminé hospitalizada por unas horas.

Pero, empecemos desde el día 20. Como todos los sábados del mes, de todos los meses del año, fui a jugar partido a Surquillo, de una u otra manera por la exaltación y hasta quizás excitación por como iba el resultado del partido es que me animé a quedarme unas horas más “peloteando”. Para esto, cabe resaltar que sufro de migraña, sí, no puedo estar expuesta mucho tiempo al sol, pues me dan fuertes dolores de cabeza. También sería bueno mencionar que soy hincha a muerte del actual campeón del campeonato local, o sea de la “U”, es decir de los cremas. Resumiendo un poco, las cosas iban así:

No todas las que jugamos futbol somos del mejor, digo, de la U, hay quienes son del eterno rival, de Alianza. Decidimos hacer un pequeño clásico, con apuesta incluida. Empezó el partido.

No pasaron muchos minutos y nos pusimos adelante en el marcador, 1 a 0. La intensidad del partido era tanta que le restábamos importancia al sofocante calor que había. Gol contrario, nos empataron el partido. Un grupo de señores que tenían alquilada la cancha donde jugábamos esperaban su turno para entrar, pero al ver que nuestro compromiso estaba tan emocionante nos permitieron jugar unos minutos más. Segundo gol de los cremas, mi gol. Lo grité como si mi gol fuera el que le daba la clasificación a la siguiente ronda de la Copa Libertadores, celebré el gol con mi amiga en la cara de la aliancista. El tiempo seguía pasando, el sol seguía abrazador y en el ir y venir de la pelota, mi arquera sale mal a despejar el balón, el rechazo fue a medias y “la negra” (como de cariño le decimos a una amiga, a la cual le había gritado el gol) toma el rechazo y la manda adentro. Gol del empate, como es lógico me lo celebro en la cara. Estábamos cansadas y los señores querían empezar a jugar ya, pedíamos que el partido acabara ahí en empate, pero ellas no aceptaron, querían que las cosas se definieran, así que el popular “gol gana” se hizo presente en la cancha municipal de Surquillo.
Sin defensa todas nos fuimos adelante en busca del gol que nos haga ganar el clásico o por haber dejado a la arquera sola nos haga perder la apuesta. Un gol cantado para ellas nos escarapeló el cuerpo, pero felizmente lo mala que era la jugadora o lo buena que era mi arquera las cosas seguían igual, 2 a 2.
El rechazo de la arquera fue tan rápido que “la chata” y yo corrimos como pudimos, sacamos la garra que caracteriza a los y las cremas, jugamos en conjunto con la otra delantera, entre algunos toques de desesperación por meter el gol, triangulamos bien y dejamos sola a la tercera delantera contra la arquera, como lo pronosticamos, gol! Ganamos el clásico, 3 a 2. Vinieron los gritos, los cánticos y la celebración y por supuesto el pago de la apuesta.

Hasta ese momento no me dolía mucho la cabeza, pensé que se me pasaría si tomaba mi pastilla para la migraña. Volví a mi casa con el malestar de la migraña, no almorcé, intente ducharme pero no pude, no porque no quisiera, sino porque no había agua en mi distrito, Barranco, la razón, los trabajos que están haciendo por el Metropolitano. No pude ducharme.

Dormí, como suelo hacer en mis tiempos libres. Descansar para que el malestar se me pasara. En cierta forma funcionó, me calmó un poco el dolor de cabeza, pero las nauseas no. Tome otra pastilla que me recetó mi neurólogo para ese tipo de episodios y a descansar.
Tenía planes para ese fin de semana y se vieron truncados por mi migraña, pero me sentía contenta por haber metido un gol y ganar el clásico.

Llegó el lunes, sentía otro malestar, pero este no era el de la migraña, resfrío. En la noche, tenía fiebre, no tenía ganas de comer ni tomar nada, así que solo dormí. El cuerpo me dolía mucho, la espalda me mataba y la nariz empezaba a molestarme. En la madrugada la fiebre subió y no había forma de pararla, mi mamá me puso paños de alcohol y Timolina para bajarme la fiebre, pues no quería que me pongan inyección, porque son muy dolorosas y no me gustan las agujar, a pesar que tengo dos tatuajes.
Para suerte mía, la fiebre iba bajando poco a poco. Pero, a la mañana siguiente las cosas no estarían de mi favor, pues amanecí nuevamente con fiebre y esta vez no pude convencer a mi madre que solo bajáramos la fiebre con paños de alcohol y Timolina, así que llamó a una enfermera para que me aplicara una inyección. Bueno, sin más remedio me la pusieron, pero tenía clases desde las 8 de la mañana, me sentía sin fuerzas que decidí ir a la tercera porque tenía un compromiso con mis amigos y compañeros de trabajo del curso de Tv. Seguía con mi malestar corporal, así que regresé a mi casa temprano. Sin pensar lo que me pensaba, fui a dormir a mi cuarto, al llegar mi mamá de dar un paseo me encontró “volando” en fiebre, nuevamente una inyección me bajaría la fiebre. Descansé toda la noche. A la mañana siguiente seguía mal, el malestar del cuerpo y el dolor de cabeza sumado a la molestia de la nariz me mataban. Al igual que el día siguiente regresé temprano a casa, pero había olvidado que tengo clases en la noche. De solo pensar el tener que regresar me hacía sentir peor anímicamente, sin embargo, lo hice, volví a la universidad para la clase. Mi vestuario aquella tarde fue inusual y fuera de contexto, pues mientras yo estaba con polera y zapatillas, los demás estaban en short o minifaldas y con sandalias.

Para el día jueves mi tono de voz había cambiado, estaba afónica y las burlas de mis amigas no se hicieron esperar, como es costumbre en mi, las tome a bien, no me molesté. Para el viernes parecía estar mejor, me sentía mejor anímicamente. Quizás eran las ansias de que llegara el sábado ya para poder jugar futbol y ganar otra vez en el clásico, pues en la semana recibimos la propuesta de la revancha.

El partido estaba pactado para las 12:30, previamente estaríamos jugando otros partidos, con las demás chicas, en esos casos todas jugábamos como si fuéramos de un mismo equipo y celebramos cada gol como si no hubieran equipos eternamente rivales.

Llegó la hora del clásico. Los equipos estaban armados. Esta vez ellas se pusieron adelante en el marcador, se me escapó “la negra”, quien disparó un pelotazo que mi arquera no pudo contener. La piconería, que suelo relucir cuando vamos perdiendo empezaba a aflorar. Sin embargo no pasó mucho rato para que empatáramos el partido, “la chata” se hizo presente en el marcador. Ella que juega con la camiseta crema celebró a más no poder. La felicidad por parte de nosotras nos invadió y por parte aliancista la cólera relucía. El partido se tornaba de ida y vuelta, cuando la arquera del equipo contrario al mío se choca con la delantera crema y de dobla el tobillo. Parecía una simple caída, pero no, se rompió el tobillo. Esperamos cerca de media hora para que lleguen los bomberos y se la llevaran de emergencia al hospital donde trabaja su papá que la esperaba. Reanudamos el partido luego de 45 minutos. Para esa hora, el sol estaba más intenso que del de la semana pasada, pero aún así, terca como soy, decidí seguir jugando. Habremos estado bajo el sol una hora más aproximadamente. Tiempo en el que el partido iba 4 a 2 a nuestro favor, pero yo no quería irme sin meter un gol y los señores que suelen alquilar la cancha luego de nosotras, estaban reclamando su tiempo, pero por nuestro lado yo decía unos minutos más pues no quería irme sin meter un gol y por el lado de las de Alianza era porque querían empatar el partido. Hasta que llegó mi momento, pude meter el gol. Terminamos el partido 5 a 2, nuevamente la victoria se quedó con nosotras.

Todo parecía felicidad para mí, pero en realidad el dolor de cabeza era muy fuerte y ya no lo soportaba, pero la reunión, las bromas, el cansancio y sobretodo la flojera de cambiarnos hacían que me quedara cada vez más bajo el sol y aguantando el dolor de cabeza. Por que, sí, había olvidado mi pastilla para la migraña en mi otra mochila. Llegué a mi casa a las 5 de la tarde. Como el sábado anterior, pensé que mi dolor de cabeza se pasaría luego que almuerce, tome mi pastilla y durmiera un rato. Error, no fue así. Luego de descansar un par de horas, vino lo peor del fin de semana. Las nauseas y los vómitos no pararon hasta que mi mamá decidió llevarme de emergencia al hospital donde trabaja, porque ya había pasado mucho tiempo y mis nauseas, vómitos y el intenso dolor de cabeza no paraban. Me duché rápido, me vestí en pocos minutos y le dije a mi ma que estaba lista. Tomamos el taxi, todo parecía ir bien, hasta que el taxista se equivocó de hospital y subió por otra entrada, perdíamos el tiempo y yo seguía mal. Cada cierto tiempo, que ya había calculado, los vómitos volvían, mi ma precavida llevó una bolsa por si las dudas. Pero, creo que no hizo efecto pues al llegar al hospital y bajando del carro, no bolsa no me sirvió de nada.

Me pusieron en una silla de ruedas, me tomaron mis datos y dijeron que debía esperar a que me llamaran, habrán pasado 15 minutos y oí “Barrantes Guevara”. El doctor me preguntó que había ocurrido y las preguntas que suelen hacer los doctores, que a duras penas podía responder. El doctor mandó que me hagan una tomografía para descartar alguna complicación en relación a la anterior tomografía que me habían realizado. Mientras esperábamos los resultados de las pruebas, me ponían suero y una inyección para calmar el dolor de cabeza. El suero y los otros medicamentos que pusieron en él harían que duerma por unas horas. Los resultados de la tomografía habían llegado hace mucho, pero el neurólogo no, así que solo tocaba esperarlo.

Sentada en una silla, tipo sillón esperaba que el doctor llegue para que me de mi diagnostico y poder regresar a casa a dormir. Dormí.

Entre sueños volví a escuchar “Barrantes Guevara” la señora que estaba a mi lado y que estaba cuidando de mí, que no me destapara, pues encontré una colchita verde y me la puse, me despertó cautelosa y suavemente “te están llamando”, mi mamá se acercó a mí y me ayudó a ponerme de pie.

Acudimos donde el neurólogo, que muy amablemente me examinó y explicó que mi tomografía estaba igual que la anterior. Un peso de encima y más tranquilidad teníamos mi mamá y yo. Luego vinieron las recomendaciones, las restricciones y las preguntas por parte de mi mamá al doctor y viceversa. Yo solo hice una pregunta que fue:

-“Doctor puedo jugar futbol, normal?”

A lo que el doctor respondió con una sonrisa.

-Sí, pero deja pasar algunos días, descansa y debes seguir con las recomendaciones que te daré. Así como también debes seguir los cuidados que tú ya sabes y cuidarte más. No hacer desarreglos con la receta y tratamiento de la migraña.

Yo escuchaba entre dormida, adolorida por el suero y la inyección las recomendaciones del doctor. Luego me dio el alta. Llegué al hospital alrededor de las 9 de la noche y salí de el entre las 12:30 y 1 am.

Al llegar a mi casa solo atiné a ponerme el pijama y echarme a dormir, era lo único que tenía en mente. Dormir, como el doctor me recetó.

Siete días, toda una semana enferma, 3 inyecciones, fiebre alta, molestia de la nariz, dolor corporal, dolor de garganta, afónica, escalofríos, pastillas para el resfrío, migraña, 2 partidos ganados, 2 goles anotados, nauseas, vómitos, suero y descanso médico es el resumen de mi semana del 20 de marzo a 27 de marzo del 2010.

Siete días que espero no repetirlos, a no ser por las cosas buenas que me pasaron.

2 comentarios:

  1. mi adri !:( no sabia q estabas tan hasta el culo no se te notaba :( pucha no hagas desarreglos cuidate un monton y ya sabes cualquier cosa dinos que nosotras no te vamos a obligar a hacer algo, para que te pongas peor cuida tu salud que es lo principal ok? tk mi adRI!

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  2. ay mongaa!! tienes q cuidarte!!! y weno nosotras tmb t cuidaremos pero tienes q dcirnos, spero q sts mejor monguitaa!! como dice zhani cuida tu salud see? spero t recuperas en el transcurso d sta semana cdt bsos t kieroo astric =D

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