martes, 30 de marzo de 2010

Lonchecito franciscano con mi Superhéroe...



De niñas o niños todos pensamos que nuestros papás son nuestro superhéroes, que tienen superpoderes como Batman, el increíble Hulk, Superman, Capitán América, Flash, Aquaman y toda su “mancha”. Yo aún pienso que mi papá es mi superhéroe. El por qué, es simple. Él siempre logra que sonría y me ponga feliz sin más razón que verlo, darle un beso y abrazarlo.

El día no fue bueno, me dolía la cabeza y pensaba en los trabajos que debía hacer y los libros que tengo por leer, en sí, no son muchos, pero como es costumbre mía dejo todo a última hora y es eso lo que me pone de mal humor. Renegaba sola.

Ya era tarde y seguía en la universidad, a diferencia de las otras oportunidades en las que me he quedado hasta tarde en la facultad, esta vez no tenía muchas ganas de permanecer ahí, quería llegar temprano a mi casa, bueno, temprano en lo que cabe de la expresión. Mis ganas por dormir y dejar de pensar siquiera algunos minutos en los trabajos y libros que tengo pendientes me rondaba cada vez en la cabeza, cuando de pronto mi celular empezó a sonar. Era mi papá. Contesté presurosa.

- ¿Aló? Hola, papi. ¿Cómo estás?

- ¿Bien hijita, dónde estás?

- En la U, pá. ¿Dónde estás tú?

- Vamos a tomar lonche, ¿qué te parece? ¿A qué hora sales?

- Ya, vamos a tomar, lonche. Hmmm… en una hora aproximadamente. ¿Voy para la oficina?

- No, no. Voy por ti en una hora. Chau, nos vemos.

- Chau, pa.

El simple hecho de ver a mi papá siempre me pone de buen humor, me alegra mi día por más triste o gris que haya sido.

Mi papá y yo somos muy parecidos y no lo digo por lo físico, sino mas bien por la forma de ser y en lo que somos idénticos es en lo impuntual que podemos llegar a ser y sin esfuerzo. Soy la menor de sus hijas, papi y yo renegamos mucho y lo peor, renegamos solos, olvidamos las cosas con facilidad, somos impacientes, burlones, en fin muchas cosas más.

Quedamos en una hora, pensé que como otras veces mi papá llega mucho después ésta vez sería igual. Me equivoqué, llegó a tiempo. Salí presurosa de la facultad, ví el carro estacionado en el grifo y subí rauda al auto. Partimos con destino desconocido, cuando cruzábamos Angamos con la Vía Expresa, mi papá propuso bajar a tomar lonche a una pastelería que le encanta y a la cual acudimos seguido.

El primer inconveniente, y como siempre suele pasarnos, fue poder cuadrar la camioneta. Luego de varios intentos y yo guiando para que no se choque, pudimos estacionar el carro.

Los temas salían naturales, podíamos hablar de todo, sin importarnos el tiempo ni las llamadas de trabajo que mi papi tenía. Así fue, nos sentamos en una mesa cerca de una pequeña catarata o una muy parecida a ella, en el sótano del local. La mesera se acercó y pedimos helado. Manuel Adrián o simplemente mi papi, pidió dos bolas de helado de lúcuma y guanábana, yo pedí de chocolate y mango. Ambos pedimos chocolate extra para untar los helados.

Así el tiempo pasaba sin darnos cuenta, entre anécdotas que mi papá me contaba y preguntas que yo respondía o viceversa. Conversamos de nuestro fin de semana, de la “U”, equipo que mi papá me enseño a querer domingo tras domingo que íbamos al estadio, de mis hermanas, de su trabajo, de mis clases, de mi acné y de la primera vez que mi papá se enamoró.

Cuando terminamos el helado y vimos alrededor del local, la gente había llegado y nosotros sin darnos cuenta, estábamos tan concentrados en nuestra conversación y en nosotros que el resto era invisible. El local se había llenado considerablemente. Nos quedamos hablando un rato más y luego nos retiraríamos para traerme a mi casa.

En el camino de regreso seguíamos hablando de algún tema que cualquiera de los dos proponía. El camino es corto, no es mucha la distancia que hay entre la pastelería hasta Barranco. Mi papá me comentó que estaba pensando ir a visitar a su primo a Canta, pues ahí mi papá tenía una chacrita que su abuelo le regaló. Papi era o es muy apegado a su primo desde muy niños cuando jugaban, o bueno su primo jugaba, e imaginaba ser un torero. Me contó la historia de su primo y su torito.
Era tanto el gusto por las corridas de toros (la familia de mi papá es aficionada a las corridas de toros, pues mi bisabuelo, abuelo de mi papá asistía a las corridas y los llevaba a mi papá y su primo) que un día compró un torito desde cría y lo entrenó a tal punto que el toro hacía lo que él le mandaba. Luego de muchos años de entrenamiento, mi tío estaba listo para torear en la fiesta patronal de Canta y así fue.
Papá le llevó de regalo un atuendo a la altura del acontecimiento, el vestuario lo compró en la Plaza de Acho. La corrida fue espectacular y asombrosa, pues nunca antes nadie había corrido un toro.
Mi papá quiere ir a visitar a su primo, saber como está y recordar viejas historia de su juventud.

Papá sonríe y se siente orgulloso de contarme sus anécdotas cuando era joven, a mí me gusta oírlas, pero más que nada me encanta pasar tiempo con mi papá.

Mi mañana fue tediosa, más que nada llena de pereza y sin ganas de hacer otra cosa que no sea regresar a mi cama y seguir durmiendo. Mi tarde no fue del toda buena, estaba renegando y pensando la mejor idea para huir de mis trabajos. Mi día no fue bueno hasta las 4:30 PM. que vibró mi celular y era mi papá proponiéndome ir a tomar lonche, mi día se puso mejor al llegar las 5:30 PM y ver a mi papi en el carro esperándome. Y mi noche fue excelente luego de haber pasado tiempo conversando y riendo con él.

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