Es sabido por mis amigos, amigas, familiares, conocidos o todo aquel que sabe siquiera algo de mí, que detesto que me despierten o bueno, que lo hagan de una fea manera.
El día no ha amanecido bien. Eran las 9 de la mañana aproximadamente y empezó lo que hasta ahora es, un mal día.
La calma, tranquilidad y el silencio que reinaba en mi casa, se vio interrumpido por el sonido del timbre del teléfono y como es costumbre mía, cuando estoy durmiendo o dormitando no contesto al llamado. Sin embargo, hoy fue diferente.
Mis abuelitos no habían llegado de la casa de mis primos, pues todos los lunes van a dormir a la casa de ellos. Pensé que quizás serían ellos los que llamaban para decirme que se demorarían un poco más de lo habitual.
El teléfono sonaba una y otra vez, yo renegaba en sueños. Por fin, paró de sonar. Cuando me disponía a acomodarme para seguir durmiendo, volvió a sonar. Con cólera y renegando decidí contestar.
Con voz de dormida y molesta, estiré mi brazo, busqué el teléfono y levanté al auricular y para mi sorpresa no eran mis abuelitos, pues ese fue el motivo por el cual decidí contestar, era una amiga pidiéndome que la acompañe a recoger un encargo. Está demás decir que detesto que me despierten, pues me da dolor de cabeza, reniego y estoy de mal humor todo el día.
La conversación creo que ni llegó a los dos minutos. Solo quería colgar y seguir durmiendo. Claro, hay un pequeño detalle en todo esto. Luego que me despierto o me despiertan, no puedo volver a dormir, salvo que sea un pequeño el lapso el que estoy “despierta”.
Volví a acurrucarme, pues hace mucho frío, me envolví cual momia en mis frazadas y edredón, en los instantes que recuperaba mi sueño y sería feliz, pues no estaría de mal humor todo el día, volvió a sonar el teléfono. Todas las lisuras que conozco intentaban salir de mi boca y en mi mente las iba recopilando una a una dependiendo la intensidad, la primera letra con la que empieza la palabra o simplemente por orden de recuerdo.
Contesté, era Esteban, mi primo, mi mejor amigo, mi hermano y ahora la persona que más estaba odiando. Le dije “qué quieres, estaba durmiendo”, se rió y me respondió “Ajá, estabas durmiendo”. Lo odié aún más. Me pidió un favor, que por cólera en primera instancia le dije que no lo haría, luego mientras tomaba el desayuno, le mandé un mensaje de texto y le dije que está bien, lo acompañaría a comprar.
Mi desayuno no fue el mejor que haya podido tener. Mientras intentaba freír un huevo, me quemé con el aceite, no fue mucho, pero hizo que reniegue más de lo que ya estaba renegando. No había pan para comer, pensé en salir a comprar pan, en pijama claro, no pensaba cambiarme, pero preferí no salir, puesto que podría atropellarme algún carro, pues definitivamente, hoy no es mi día. Intenté leer el diario mientras tomaba mi leche, la verdad no pude hacerlo, pensaba en otro problemita que desde anoche tengo, sigo renegando.
Ya es mediodía, sigo en pijama, echada en mi cama, escuchando música de la lap top, dando vueltas por mí cuarto, subiendo y bajando las escaleras de mí casa, repitiéndome una y otra vez que tengo que ducharme, pues Esteban vendrá a la 1.
Sé que aún le quedan horas al día, que quizás pueda mejorar la mala mañana que he tenido, pero la verdad es que nadie quitará que haya estado renegando desde temprano, que me duela la cabeza y que esté sin ganas de nada, más que estar acurrucada en mi cama y retroceder el tiempo, que den las 9 de la mañana, el teléfono no suene y yo no me haya despertado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario